Vivir desde el nivel observador
La vida, mientras imparte
lecciones, a veces perturba nuestro control y altera nuestra calma. Son
momentos en los que no percibimos nada claro y todo nuestro mundo se muestra
confuso y pleno de aspereza. A menudo, “las vemos venir”, otras veces, sin
embargo, es un imprevisto el que nos “entrena” mientras altera el ritmo normal
de las cosas. Se trata de algo que nos frustra, que absorbe nuestra atención y
que nos sume en negatividad y niebla. Y mientras tanto, en el fondo de uno
mismo, se sabe que de ese infierno que temporalmente padecemos, nadie tiene la
culpa, que somos nosotros, la propia Vida que está misteriosamente en marcha.
Son momentos en los que tan sólo queda seguir adelante, pasar el episodio “de
puntillas” y seguir avanzando por el filo de la navaja. Sabemos que dentro de
unas horas, como máximo mañana, todo será diferente y las aguas, por turbias
que estén, se volverán claras.
Hay personas que piensan que
los demás deben tener mucha estrella porque parece que nunca les pasa lo que a
ellas les crispa y aprieta. Piensan que los otros tienen más fortuna, más
dinero, más amor, más talentos y más belleza. Sin embargo, en ese momento,
ignoran que a lo largo de una vida, y haciendo un balance interno de luces y
sombras, las cosas no están tan desequilibradas, ni para unas personas, ni para
otras. Las apariencias engañan. Lo importante de la vida, es vivir desde el
nivel observador que atestigua el discurrir del río, mientras sentimos el sabio
fluir de las pequeñas cosas bien hechas.
Cuando veamos que en nuestra
vida ha llegado una nueva tormenta, tengamos cuidado con las quejas que, además
de estériles, debilitan al que las nombra. Su llegada, en alguna dimensión del
aprendizaje, no es casual. Tras la agitación, los antiguos hábitos se
cuestionan y se abren nuevas puertas. La oportunidad de cambio, a veces, cobra
peaje de perturbación y crisis, aunque, sabemos en lo más profundo, que mañana
volverán las aguas a estar claras. El dolor ya pasado no habrá sido estéril, la
vida no es una vulgar rueda. El tiempo se dirige a alguna parte.
Cada instante, el Universo se
expande más velozmente, incluso hacia dentro, hacia esa profundidad liberadora.
Cada problema vivido templa, madura y des-implica al observador de aquello que
observa. Tras la nueva transparencia de las aguas calmas, uno ya no es el
mismo, algo se ha transmutado. Se sabe que vendrán otros rostros y que se
abrirán otras puertas. Un paso más en las nuevas avenidas hacia la esencia.
Después de una crisis en la que tenemos el alma en llagas, se mira a los demás
de otra forma. Leemos los corazones ajenos sin que nadie se de cuenta. Es
entonces cuando comprobamos que somos capaces de percibir sus más íntimos
temores, sus anhelos y los pliegues de sus entrañas.
Reconocemos el dolor y la
contracción sutil en cualquier cara. Sentimos pronto piedad inspirada en el que
llora. Y ante este panorama que señala humanidad y delata el peso que cada uno
lleva a sus espaldas, brota una compasión que torna a la vida generosa y cálida.
Hemos liberado al sentimiento. ¡Ya somos diferentes!