La libertad de no poseer.
La vida siempre nos está dando pequeños tesoros, siempre nos está revelando la belleza y enriqueciéndonos de instantes únicos.
El problema nuestro es que intentamos adueñarnos, encerrarlos en nuestros dominios y mostrar a los demás cuan ricos somos por poseer bienes, personas, relaciones, puestos, títulos. Así es como, sin darnos cuenta, vamos fundando nuestra seguridad y autoestima en cosas que sabemos bien que algún día se terminarán.
Organizamos la vida para defenderlas en el constante temor de que se acaben. ¿Porqué la pérdida de un trabajo o de la pareja pueden llevarnos a pensar que nuestra vida ha terminado? simplemente porque en ello hemos puesto toda nuestra razón de vivir. Aún cuando bien sabemos que nada nos pertenece, ni la tierra en que vivimos en la cual han morado otros seres por milenios y a la cual otros vendrán cuando hayamos partido. Ni los hijos que vienen a sembrar su propia semilla, ni la pareja, ni los amigos. Nada nos pertenece, ni siquiera nuestra vida física. Somos nosotros quienes pertenecemos a un todo mayor, la humanidad, la tierra, la gran vida que nos contiene.
En el intento de poseer creamos lazos de dependencia, poder y miedo de perder sin comprender que todo está allí, bajo nuestra responsabilidad, para ser disfrutado, compartido y entregado cuando la vida así lo diga. Que importante sería tener esto presente en relación al lugar en que vivimos, saber que somos pasajeros a cargo de esa porción de la tierra por un tiempo, que luego otros vendrán. Que dejaremos allí el hálito de nuestra presencia para servir a otros.
Que importante sería tenerlo presente en relación a las etapas de la vida , permitiendo que estas fluyan sin aferrarnos ansiosamente, que maravilla sería una cultura que aceptara lo que llamamos muerte como un paso natural, como una continuación del proceso del ser.
Cuánto nos ayudaría tenerlo presente en relación a los hijos, ayudándolos y apoyándolos en relación a su camino personal sin herirnos porque no viven teniéndonos como centro de su vida.
Al adueñarnos de algo nos convertimos en prisioneros de eso que creemos poseer, y , muchas veces, centramos nuestro poder y seguridad en cosas transitorias, puesto que todo acaba, un trabajo, una situación, la forma que toma una relación y cuando eso ocurre, entramos en la ilusión de que con ello se ha terminado nuestra vida.
Vivir en la confianza total, sabiendo que todo cambiará, que, sin embargo, siempre habrá otra posibilidad, otro camino, otro desafío, otro regalo, otro tesoro. Aprender a tomar todo como prestado, a nuestro cargo por un tiempo y gozarlo como quien no tiene nada que defender ni miedo de perder.
Vivir centrados en lo único que permanece, el centro integral del ser humano, aquel estado de la conciencia que mora en el silencio de la mente, y que según el Bhagavad Gita “ningún arma puede herir, ni el fuego quemar, ni el agua humedecer, ni el viento secar porque es invulnerable, incombustible, impermeable, eterno e inmutable”.
Organizamos la vida para defenderlas en el constante temor de que se acaben. ¿Porqué la pérdida de un trabajo o de la pareja pueden llevarnos a pensar que nuestra vida ha terminado? simplemente porque en ello hemos puesto toda nuestra razón de vivir. Aún cuando bien sabemos que nada nos pertenece, ni la tierra en que vivimos en la cual han morado otros seres por milenios y a la cual otros vendrán cuando hayamos partido. Ni los hijos que vienen a sembrar su propia semilla, ni la pareja, ni los amigos. Nada nos pertenece, ni siquiera nuestra vida física. Somos nosotros quienes pertenecemos a un todo mayor, la humanidad, la tierra, la gran vida que nos contiene.
En el intento de poseer creamos lazos de dependencia, poder y miedo de perder sin comprender que todo está allí, bajo nuestra responsabilidad, para ser disfrutado, compartido y entregado cuando la vida así lo diga. Que importante sería tener esto presente en relación al lugar en que vivimos, saber que somos pasajeros a cargo de esa porción de la tierra por un tiempo, que luego otros vendrán. Que dejaremos allí el hálito de nuestra presencia para servir a otros.
Que importante sería tenerlo presente en relación a las etapas de la vida , permitiendo que estas fluyan sin aferrarnos ansiosamente, que maravilla sería una cultura que aceptara lo que llamamos muerte como un paso natural, como una continuación del proceso del ser.
Cuánto nos ayudaría tenerlo presente en relación a los hijos, ayudándolos y apoyándolos en relación a su camino personal sin herirnos porque no viven teniéndonos como centro de su vida.
Al adueñarnos de algo nos convertimos en prisioneros de eso que creemos poseer, y , muchas veces, centramos nuestro poder y seguridad en cosas transitorias, puesto que todo acaba, un trabajo, una situación, la forma que toma una relación y cuando eso ocurre, entramos en la ilusión de que con ello se ha terminado nuestra vida.
Vivir en la confianza total, sabiendo que todo cambiará, que, sin embargo, siempre habrá otra posibilidad, otro camino, otro desafío, otro regalo, otro tesoro. Aprender a tomar todo como prestado, a nuestro cargo por un tiempo y gozarlo como quien no tiene nada que defender ni miedo de perder.
Vivir centrados en lo único que permanece, el centro integral del ser humano, aquel estado de la conciencia que mora en el silencio de la mente, y que según el Bhagavad Gita “ningún arma puede herir, ni el fuego quemar, ni el agua humedecer, ni el viento secar porque es invulnerable, incombustible, impermeable, eterno e inmutable”.
Patricia May
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