Un mundo que muere, otro que
nace. Por Patricia May
La intuición de que algo está
ocurriendo, de que estamos en un tiempo inminente es algo característico de
nuestros tiempos.
Lo vemos reflejado en los
movimientos sociales a nivel mundial, en los seres humanos que, insatisfechos,
buscan nuevas respuestas al vivir, en el cambio medioambiental, en las crisis
económicas, en la caída de las instituciones tradicionales.
Suele haber una sensación
doble, por un lado de derrumbe del mundo tal como lo hemos concebido y, por
otro, de entusiasmo al percibir como surgen nuevas respuestas y posturas en
todas las áreas del vivir: ciencia, tecnología, economía, política, educación,
medio ambiente.
Algo parece estar llegando a
su punto culminante, un mundo se muere y otro nace. Son tiempos confusos en que
no es fácil distinguir hacia dónde van las cosas, y las miradas amplias que
pueden ver el sentido de lo que está ocurriendo se vuelven vitales para
orientar el vivir.
Se trata de un nuevo
despliegue del proceso evolutivo que siempre, desde el inicio del universo, ha
ido generando estados de creciente evolución; sólo que ahora, por primera vez,
al menos en el planeta Tierra, hay un número crítico de seres humanos que se da
cuenta de lo que está ocurriendo, que observa, a veces con gran inquietud y
desasosiego, o directamente con miedo, la incertidumbre y la confusión de un
momento en que el futuro cercano se vuelve imprevisible. Otros, más despiertos,
no sólo observan sino que impulsan, se comprometen desde el núcleo de sí mismos
a ser partícipes del cambio, a transformarse y transformar.
La conciencia despierta es la
gran diferencia con otros tiempos, con otros pasos evolutivos, como el que hace
150.000 mil años nos elevó al nivel de homo sapiens y abrió un nuevo mundo de
sentir estético, simbólico, ritual para las comunidades humanas, o la que hace
10.000 años nos hizo entrar al mundo de la razón, del tiempo, de la
planificación, de la anticipación, del manejo del mundo natural y que permitió
el brote del pensamiento abstracto, ciencias, artes, filosofías.
Esta vez la entrada al nuevo
mundo requiere la transformación consciente de los seres humanos. Lo cual
básicamente tiene que ver con abandonar la postura separatista, individualista,
egoísta de personas y grupos para transitar hacia un vivir cimentado en la
interdependencia planetaria y humana con énfasis en el bien común, en la
ecología integral, en el aporte que cada uno hace al conjunto.
La mirada de un visionario
Teilhard de Chardin (1881-1955),
sacerdote jesuita, paleontólogo y gran pensador del proceso evolutivo humano,
habló con una claridad visionaria de este momento. Planteó que la humanidad,
desde que surge hace unos 3 millones de años atrás, ha vivido un proceso de
individualización, acrecentamiento de la autoconciencia, dispersión y
separación.
En estos siglos estaríamos
llegando a la máxima separatividad, con todo el dolor personal y social que
ello conlleva: violencia, guerras, exclusión, inequidad, materialismo. Sin
embargo, en ese punto de mayor desintegración, la conciencia humana despierta y
comienza a caminar hacia la confluencia, hacia la conciencia de unidad, hacia
el “Todos Nosotros”, hacia lo que hemos llamado Conciencia Planetaria.
En ese punto de mayor
desintegración que hoy vivimos, la conciencia humana despierta y comienza a
caminar hacia la confluencia, hacia la conciencia de unidad...
Un nuevo ser humano que se
para en la única cima donde el espíritu encuentra descanso, donde se ve como
fruto de un proceso evolutivo de miles de millones de años y vibra con la idea
de ser un eslabón de la cadena evolutiva y con la contribución que hace a los
que vienen; y, al mismo tiempo, se ve como un nodo en la red planetaria y
universal, donde entiende que su vida tiene sentido en la medida que aporta al
mundo.
Ello implica una nueva manera
de pararse ante la vida, en que la persona integra su realización personal al
bien común, donde vibra con el bienestar de todos, donde busca la máxima
realización de sí para servir al medio.
Esta es la transformación
vital de este momento: no sabemos las múltiples formas que esta nueva
conciencia tomará en las distintas sociedades humanas, pero su núcleo tiene que
ver con ser consciente de ser parte de una totalidad mayor y con el sentido de
vivir entendido como algo que va mucho más allá de uno mismo, que sirve a todo
y todos.
Etapas o eras evolutivas
De acuerdo a las sabidurías
milenarias, la evolución, ya sea en los procesos individuales, sociales,
planetarios o cósmicos, fluye cíclicamente a través de etapas o eras.
Cada una de estas tiene un
propósito y un ciclo de enorme creatividad al comienzo, luego de estabilidad y
concluye con una etapa de decadencia, estancamiento o saturación que lleva a su
destrucción, y con el emerger de nueva etapa, más rica y compleja que integra a
la anterior, pero al mismo tiempo trae cosas completamente nuevas, impensadas.
Los tiempos de cambio de etapa
o era son inevitablemente críticos, confusos, impredecibles, caóticos y
preñados de una gran creatividad: cosas nuevas que surgen, otras que mueren,
energías entrantes y otras salientes que entran en conflicto. En eso estamos,
movidos, sin poder entender qué está pasando, hacia dónde van las cosas. Y
frente a esto hay dos posibles actitudes: dejarse aprisionar por el miedo a lo
incierto, o conectarse con una actitud abierta, dispuesta a la transformación.
El miedo hace que cundan las
ortodoxias, el aferramiento, la tensión por mantener todo controlado, la
separatividad, la defensa del otro y finalmente, la violencia. El miedo trae
gran sufrimiento personal y social. En cambio, el estado de centrada apertura
permite que los nuevos aires entren y conduzcan en forma natural a las nuevas
formas.
Grandes eras
Podríamos distinguir 3 grandes
eras de cientos de miles de años, que a su vez se dividen en sub-eras de dos
mil años, relacionadas con las dinámicas de los astros y las constelaciones.
Primera era
La primera gran era o etapa
evolutiva tuvo como propósito asentar la existencia humana en un sentido físico
o material. El gran desafío es la sobrevivencia y generar culturas materiales
que permitan desenvolverse en los aspectos básicos de la vida. El ser humano
liga su conciencia al cuerpo, sus ritmos y necesidades.
La expresión máxima de esta
etapa, la práctica que legan los maestros de esa era a pequeños grupos de
discípulos es aquella que hoy llamamos el conocimiento y dominio del cuerpo
etérico, energía vital, pránica, chakras; la armonización entre vehículo físico
y sutil que hoy se expresa en diversas prácticas bioenergéticas. Lo que antes
fue el conocimiento de grandes iniciados hoy se integra a la vida corriente
como una práctica de bienestar mínimo.
Segunda era
La segunda gran era tuvo como
propósito la integración del aspecto emocional. Los grupos humanos viven desde
el sentir, desde la conexión sensible con la naturaleza viva donde todo está
interrelacionado, donde todo -montaña, río, bosque, piedra- es expresión de un
espíritu viviente al que es preciso honrar y respetar para convivir
pacíficamente. En esta etapa prevalece la mentalidad mágica y el o la gran
artífice de la sanación y de la relación con el mundo sutil es el shamán. En el
aspecto distorsionado de esta etapa, cunde el miedo, la manipulación de las
fuerzas con fines egoístas, lo que hoy llamamos el mal de ojo o las prácticas
de magia negra.
La expansión del sentimiento
de unidad fue la expresión máxima de esta etapa, el sentir de la unidad, el
sentimiento cósmico reflejado en la arquitectura, la sanación con aromas,
colores, plantas, cristales.
Tercera era
La tercera era, en la que
estamos, involucra el desarrollo de la mente y podríamos decir que hemos
atravesado la primera etapa de ésta con el desarrollo de la razón, la lógica,
el pensamiento analítico. Se abre hace unos 10.000 años, con la domesticación
de plantas y animales, cuando las comunidades humanas se sedentarizan, aumenta
la población y comienzan a vivir desde organizaciones sociales complejas en las
que es preciso planificar, controlar, segmentar, especializar. Estamos en la
culminación y sobresaturación de la era de la razón y transitando hacia la
segunda etapa de esta era, que es la integración de la mente inclusiva,
sintética, sistémica, intuitiva, telepática, que ve lo que une por sobre lo que
separa.
Sub-era de Piscis a Acuario
Al mismo tiempo, estamos
transitando de la era astrológica de Piscis a la de Acuario, lo cual implica un
cambio de dinámicas, de las piscianas -centradas en la emoción, en el valor del
sacrificio, del dolor, del abandono del mundo material- para ir a lo
espiritual, a las acuarianas, centradas en la mente creativa, en la integración
del cuerpo y el espíritu, en la fraternidad mundial, en las redes, en el
entender lo espiritual como algo que se vive en lo cotidiano, en cosas
concretas como la alimentación, la empresa, la educación, la salud. Confluye un
cambio de sub-era con el tránsito hacia la segunda mitad de la Gran Era; por
eso el momento es tan potente y confuso.
Las dos caras de la evolución:
materia y conciencia
En los procesos evolutivos se
trenzan dos aspectos que en su devenir se estimulan mutuamente: el aspecto
material y el aspecto conciencia.
En el aspecto material, la
evolución del universo y el planeta involucra un ascenso en la complejidad
física, biológica desde el universo inorganizado a átomos, moléculas, células,
multicelulares, sistema inmunológico, endocrino, nervioso, cerebro.
En el aspecto conciencia,
implica procesos de expansión, fundamentalmente desde el yo al nosotros, al
todos nosotros, así como la conexión con los niveles más profundos del Ser o el
Alma.
Estos dos aspectos están
transformándose radicalmente en estos tiempos; el material, ya no en un sentido
estructural, sino que más sutil, vibratorio, involucrando al sistema nervioso,
al cerebro y al código genético. La conciencia, hacia la visión de la humanidad
como un Gran Ser compuesto por cada uno de nosotros, lo que involucra cambios
personales, crisis de sentido, nuevas inspiraciones y cambios culturales, de
valores y maneras de entender la realidad.
Por otra parte, en la cara
concreta todo esto va acompañado de un cambio en la tecnología, en este caso
las tecnologías de conexión e información que entraman al planeta y
democratizan la información para hacer de la humanidad una gran conciencia.
El proceso es integral, todo
se conjuga en este despertar radiante, desde las crisis económicas, políticas,
religiosas al tránsito del sistema solar y el acrecentado flujo de las energías
que vienen del centro de la galaxia, la actividad solar, el magnetismo
terrestre, el clima, las mareas, las placas continentales.
Una acrecentada energía que
cambia nuestro cuerpo, que nos lleva a ser más sensibles de su vibración, más
conectados al entorno, más conscientes de que somos en un mar vibrante, de que
estamos interconectados por sutiles lazos a toda la existencia, lo cual al
mismo tiempo acrecienta la conciencia de unidad. Así mismo, comenzamos a diluir
el grueso muro que ha separado a las dimensiones sutiles de las físicas y nos
vamos haciendo más telepáticos, más perceptivos de los mundos intangibles donde
moran los que han partido de este plano y otros seres, como nuestros guías y ángeles
guardianes.
Este proceso requiere una
adecuación y por ello la práctica bioenergética – yoga, tai chi u otras- se
vuelve fundamental.
Esta sutilización física nutre
la expansión de conciencia y viceversa, sentimos y vemos la unidad y nos
hacemos conscientes que mi acción diaria, mi pensamiento está afectando a todo
el tejido viviente.
Virtudes a cultivar en estos
tiempos
Estamos transitando; aún no
muere el viejo orden y no está establecido el nuevo; son tierras medias donde
se requiere del cultivo de algunas virtudes.
Contacto con la conciencia
serena, a través de prácticas meditativas. La experiencia interior que nos da
la certeza de que en el fondo de nosotros hay un espacio de luz, potencia,
creatividad que nada puede tocar, que permanece en el éxito y el fracaso, en
ganar o perder, acá o allá, que como dice el Bhagavad Gita, “el fuego no puede
quemar ni el agua humedecer ni el viento marchitar…” Esto es un gran tesoro en
tiempos críticos.
El desapego para permitir el
cambio de las formas sin perder el centro.
La confianza radical que no es
la confianza ingenua de que todo va a ocurrir de acuerdo a nuestros deseos o
comodidad, que tampoco es resignación, sino la profunda comprensión que los
cambios y movimientos de la vida tienen un sentido, aun cuando en el momento no
los podamos entender.
Alegría como un estado de la
mente, más allá de las circunstancias.
Creatividad para dar forma a
las inspiraciones y motivaciones internas.
Inteligencia emocional para
empatizar, relacionarnos, generar y participar de redes.
Inteligencia espiritual para
ver el Sentido.
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