Viva el Ocio.
Viva el Ocio. La búsqueda de la felicidad es una constante en la vida.
El universo, la naturaleza, nuestro cuerpo y mente están sustentados por un ritmo, un movimiento continuo y pulsante que se despliega y se repliega como el latido de un corazón. Todo en la naturaleza, a nivel galáctico o atómico, en lo micro o en lo macrocósmico, responde a un pulso. Este tiene dos movimientos: hacia adentro y hacia afuera. Pensemos en las olas del mar, en las estaciones del año, en el pestañeo de nuestros ojos. Todo no hace más que entonar este ritmo.
La expresión armónica e integral de cualquier existencia requiere de un equilibrio entre el movimiento hacia adentro, que es encuentro íntimo con el sí mismo, y hacia afuera, que corresponde a nuestra creatividad y expresión hacia el mundo. A nivel humano, el biorritmo constantemente nos está pidiendo que mantengamos un balance entre los tiempos que dedicamos a la actividad y al reposo, a la atención al exterior y a lo interno. Esto es la base de un buen estado de salud y quizás la primera medida necesaria para prevenir muchas enfermedades.
Una vida equilibrada en estos dos aspectos el hacia adentro y el hacia afuera eleva los niveles autoinmunes del organismo. Estamos hacia adentro cuando la conciencia se vuelca hacia uno mismo, cuando reflexionamos o simplemente nos contactamos con nuestro sentir. Los momentos hacia adentro son de silencio y de no acción; o, más bien, de una acción invisible a los ojos, que ocurre en lo íntimo del sentir y pensar. Estamos hacia afuera cuando la conciencia se ocupa de la acción, del mundo exterior y objetivo, cuando trabajamos, compramos, nos relacionamos, hablamos y realizamos todas las actividades diarias. Darles cabida en nuestro vivir a las actividades interna y externa es básico para generar armonía y creatividad.
Sin embargo, vivimos en un ritmo y en un modelo de sociedad que sobrevalora todo lo que guarda relación con el logro concreto, la acción visible, lo que podemos cuantificar, y no valora ni aprecia los tiempos dedicados al encuentro interior. Así saturamos a los niños y jóvenes de actividades visibles, exteriorizadoras, en la idea de que los tiempos vacíos, los momentos de nada engendran flojera y malos hábitos.
Baste recordar la clásica frase sobre que el ocio es la madre de todos los vicios. En ella se revela una desconfianza básica a la dinámica interior, la creencia de que solo cosas negativas brotarán de los espacios de ocio y quietud. No obstante, es justamente desde estos espacios que surgen las imágenes de un artista, las ocurrencias de un empresario, las inspiraciones vocacionales; es decir, todo aquello que es genuinamente personal.
Una vida sin reflexión, o peor aún sin autorreflexión, sin espacios de encuentro con los propios sentimientos, anhelos, contradicciones, genera expresiones débiles, sin dirección personal, y la persona se transforma en uno más del rebaño sin haber sabido jamás de las aspiraciones de su alma.
Darnos el tiempo necesario de silencio interior, apreciar y respetar estos espacios en aquellos con que vivimos, requiere de un cambio de mentalidad que nos lleve a organizar las prioridades y el uso que le damos al tiempo. Urge preguntarse cuál de todas las cosas que hacemos en el día es realmente importante y cuáles son prescindibles. Se trata de un ejercicio interesante que nos puede llevar a descubrir qué estamos haciendo de nuestras vidas.
Así de simple.
Así de importante.
Patricia May.
El universo, la naturaleza, nuestro cuerpo y mente están sustentados por un ritmo, un movimiento continuo y pulsante que se despliega y se repliega como el latido de un corazón. Todo en la naturaleza, a nivel galáctico o atómico, en lo micro o en lo macrocósmico, responde a un pulso. Este tiene dos movimientos: hacia adentro y hacia afuera. Pensemos en las olas del mar, en las estaciones del año, en el pestañeo de nuestros ojos. Todo no hace más que entonar este ritmo.
La expresión armónica e integral de cualquier existencia requiere de un equilibrio entre el movimiento hacia adentro, que es encuentro íntimo con el sí mismo, y hacia afuera, que corresponde a nuestra creatividad y expresión hacia el mundo. A nivel humano, el biorritmo constantemente nos está pidiendo que mantengamos un balance entre los tiempos que dedicamos a la actividad y al reposo, a la atención al exterior y a lo interno. Esto es la base de un buen estado de salud y quizás la primera medida necesaria para prevenir muchas enfermedades.
Una vida equilibrada en estos dos aspectos el hacia adentro y el hacia afuera eleva los niveles autoinmunes del organismo. Estamos hacia adentro cuando la conciencia se vuelca hacia uno mismo, cuando reflexionamos o simplemente nos contactamos con nuestro sentir. Los momentos hacia adentro son de silencio y de no acción; o, más bien, de una acción invisible a los ojos, que ocurre en lo íntimo del sentir y pensar. Estamos hacia afuera cuando la conciencia se ocupa de la acción, del mundo exterior y objetivo, cuando trabajamos, compramos, nos relacionamos, hablamos y realizamos todas las actividades diarias. Darles cabida en nuestro vivir a las actividades interna y externa es básico para generar armonía y creatividad.
Sin embargo, vivimos en un ritmo y en un modelo de sociedad que sobrevalora todo lo que guarda relación con el logro concreto, la acción visible, lo que podemos cuantificar, y no valora ni aprecia los tiempos dedicados al encuentro interior. Así saturamos a los niños y jóvenes de actividades visibles, exteriorizadoras, en la idea de que los tiempos vacíos, los momentos de nada engendran flojera y malos hábitos.
Baste recordar la clásica frase sobre que el ocio es la madre de todos los vicios. En ella se revela una desconfianza básica a la dinámica interior, la creencia de que solo cosas negativas brotarán de los espacios de ocio y quietud. No obstante, es justamente desde estos espacios que surgen las imágenes de un artista, las ocurrencias de un empresario, las inspiraciones vocacionales; es decir, todo aquello que es genuinamente personal.
Una vida sin reflexión, o peor aún sin autorreflexión, sin espacios de encuentro con los propios sentimientos, anhelos, contradicciones, genera expresiones débiles, sin dirección personal, y la persona se transforma en uno más del rebaño sin haber sabido jamás de las aspiraciones de su alma.
Darnos el tiempo necesario de silencio interior, apreciar y respetar estos espacios en aquellos con que vivimos, requiere de un cambio de mentalidad que nos lleve a organizar las prioridades y el uso que le damos al tiempo. Urge preguntarse cuál de todas las cosas que hacemos en el día es realmente importante y cuáles son prescindibles. Se trata de un ejercicio interesante que nos puede llevar a descubrir qué estamos haciendo de nuestras vidas.
Así de simple.
Así de importante.
Patricia May.
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