Circulo Sagrado de Mujeres.

A las mujeres, a lo femenino sin principio ni fin, a la unión de la mujer como ser único, cuyo círculo sirve de protección y al mismo tiempo, como liberación. Este es un llamado a formar un espacio de comunicación en la que el apoyo, la comprensión y hasta la complicidad son valores esenciales, sin dejar a un lado lo sutil, lo sensual y lo maternal. Un llamado a danzar nuestros procesos en el no tiempo.

lunes, septiembre 28, 2009

Nuestros limites.

Es común oír a las Mujeres comunicando su dificultad para poner límites. Esta se expresa a distintos niveles, con hijos, parejas, padres, amigos y compañeros de trabado. También con jefes y empleados.

Con los hijos nos cuesta establecer normas y hacerlas respetar en lo que se refiere a horarios, deberes, hábitos, responsabilidad frente a grados crecientes de libertad y consideración respecto de la presencia y espacios de otros.

Con la pareja muchas veces nos cuesta legitimar nuestras propias necesidades y ritmos, lo que nos lleva a adaptarnos y a ceder. Con nuestros padres y familia de origen tendemos a mantener estilos de relación y convivencia que no nos satisfacen, resultándonos difícil proponer modos diferentes de vincularse.

Frente a personas que vemos como autoridades tampoco nos es fácil oponernos a demandas que pueden causarnos agobio, y terminamos, aceptando a veces, tareas que exceden nuestras funciones.

Con las personas que trabajan para nosotros, especialmente en el ámbito doméstico, nos es particularmente difícil ser claras en comunicar lo que necesitamos y cómo queremos que esto se realice. Con frecuencia es otra mujer la que está cumpliendo este rol, lo que determina que nos identifiquemos con ella, nos hagamos cargo de su realidad y nos coartemos para expresar cuál es la nuestra.

En la relación con nuestros pares, amigos y compañeros de trabajo, también puede ocurrir que queden ocultas algunas de nuestras expectativas y necesidades, lo que nos lleva a plegarnos a dinámicas que no nos expresan plenamente. Tampoco nos resulta fluido limitarnos respecto a nuestras propias actividades. Nos resulta complicado jerarquizar y establecer secuencias en nuestro actuar. Tendemos a asumir muchas tareas al mismo tiempo, desoyendo las señales que nos informan de nuestro agotamiento.

A la base de esta dificultad para establecer nuestras fronteras parecieran existir miedos e inseguridades. El fantasma del rechazo vuelve a parecer, ligado al hecho de apartarnos de nuestro rol de mujeres acogedoras e incondicionales. Nos cuesta hablar en un lenguaje que delimite y establezca distancia. Tememos no ser queridas el parecer asertivas y claras en la expresión de nuestras demandas.

Sin embargo, el no expresarlas nos deja con un grado importante de frustración, que puede convertirse en rabia, a veces, explosiva, inexplicable para los que nos observan o muchas veces contenida y expresada como queja somática o depresión. El no sentirnos capaces de ser explícitas con lo que sentimos importante nos va produciendo desgaste, confusión, culpa y dudas respecto de nuestras propias capacidades. Esto nos lleva muchas veces, en el espacio familiar, a delegar en una figura masculina la función de delimitar, lo que acentúa nuestra sensación de incapacidad.

Parece necesario proponernos un aprendizaje gradual frente a esta tarea ineludible de establecer límites entre nosotras y los seres significativos que nos rodean. Para esto resulta esencial aclararnos respecto de nosotras mismas. Solo podemos poner límites a los demás cuando conocemos nuestros propios límites. Es importante preguntarnos acerca de nuestras necesidades, expectativas, vulnerabilidades, temores y deseos. Al incrementar nuestro propio conocimiento podemos trazar una línea que dibuje nuestro contorno. Esta mayor claridad, y validación respecto a quienes somos, nos permitirá adquirir fuerza y confianza para ir avanzando en el proceso de delimitación entre nosotras y nuestros vínculos.